martes, marzo 23, 2010

La dulzura de la bella dama.

Sentado en la tranquilidad relativa de un lugar público, entre comida y lectura, finiquito mi sesión de soledad y me dispongo a salir por la puerta principal del local, encontrándome de frente con unas miradas suaves y dulces, domadas por el tiempo y el recaer constante ante la insistencia de la vida por enseñarnos su razón primordial: Aprender.

-¡No, no se preocupe Joven!; Me dice una elegante señora al verme reaccionar para detener la puerta, que por un momento vacilé sostener, con la finalidad de que ellas entrasen.

Sigo mi camino y unos metros más adelante, suena la bocina que proviene desde un vehículo recién estacionado frente a mí. Me acerco:

-¿Podría usted ayudarme a entrarla al establecimiento? Refiriéndose a una dulce ancianita que se encontraba sentada en el asiento delantero a su lado.

-Pero claro, no faltaba más. Asentí con toda sinceridad.

-¡Estoy temblando!... comenta la dulce señora cuando le extendí mi brazo para buscar el suyo.

-No se preocupe, todo está bien; le dije al tiempo que le ayudaba, suave pero firmemente, a salir del auto.

-Recuerdo cuando era joven, como tú, y no me importaba caminar en los lugares públicos. Me parece que fue ayer, pero ya no le creo a mi memoria que falla tanto como mis piernas. Decía llevada por mí que la sostenía por su brazo izquierdo; en su derecho, su bastón.

Entramos al establecimiento con mucho cuidado y allí, una algarabía rompía con el pausado caminar que llevábamos:

-¡Pero mírenla! Llamó la atención una de sus amigas más jóvenes que aguardaban en el interior de aquel lugar y que habían llegado primero al encuentro casual que sostendrían y cuyo motivo ignoro.

-¡Miren el tremendo pollo que se ha levantado!; haciendo alusión a mi presencia de la mano con la bella señora que sonreía y asentía en respuesta de las bromas y el vitoreo del que era objeto.

-¡Ella viene acompañada!... ¡Para mí que ella se hace para siempre salirse con la suya!; gritó con un tono burlón y jocoso otra de las acompañantes al tiempo que me reía de aquellos, los ocurrentes comentarios.

Al llegar a la mesa, ayudé a mi acompañante (según todas las presentes y siendo para mi un honor) a que tomara asiento, momento que aprovechó para marcarme la vida, plantando un tierno beso en mi mejilla que fue recibido con el mayor de los respetos y una satisfacción que desbordó mi corazón de un sentimiento puro y cálido que me acompaña desde entonces, formando parte de mi arsenal de memorias especialmente atesoradas.

Me llamó la atención una queja emitida por parte de una de las amigas de la señora:

¡Pero señores, aquí (refiriéndose al establecimiento) no hay cortesía ni atenciones para los mayores!

¡MUY CIERTO!*

Luego de despedirme, salí del lugar. Caminé por la calle haciéndome una retrospectiva y poniéndome en el lugar de aquel frágil ser que desconocía y que, de una manera casi mágica, había dibujado sobre el camino de mi destino, un hermoso recuerdo de invaluable contenido. ¡Wao!... ¡Que afortunado he sido!



*Y tenía toda la razón. Esa es una conducta típica de esta sociedad llena de mierda, cuyo único motivo es rendirle pleitesía al dinero y a la juventud frívola y despreocupada.

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